Una pequeña región de Francia, Ars, vio nacer a San Juan María Vianney, al que sería llamado santo patrono de los sacerdotes. El deseo de su vocación fue con tan solo 17 años y desde entonces no desistiría en ello. El papa Pío X al ver su perseverancia y dedicación lo proclamó como modelo de sacerdocio en 1925.
Al papá de San Juan María Vianney no le pareció que su hijo decidiera consagrar su vida a Dios y no dedicarse al trabajo en el campo. El santo enfrentó algunos obstáculos para lograr su vocación. Entre ellas está su dificultad en el estudio durante el seminario. Pero el padre Balley fue quien lo guió e instruyó para que alcanzará su deseo.
El 12 de agosto de 1815 fue ordenado sacerdote. Tres años después es enviado a Ars, un pueblo con 200 habitantes aproximadamente. Se dice que a misa solo asistía un hombre y unas cuántas mujeres, ya que el lugar estaba lleno de bares y cabarets. El santo recurrió a un método para lograr que el pueblo fuera asiduo al amor de Dios, la oración.
Él se refugió en el Santísimo y oraba por su rebaño. Sus prédicas las preparaba frente al Sagrario. Las meditaba y repetía hasta memorizarlas. Al hablar frente a las personas sus palabras eran claras, y como resultado ellos se convertían poco a poco. Los bares comenzaron a perder clientes, ya que el pueblo deseaba escuchar los sabios consejos del padre Vianney.
Su humildad, su predicación, su discernimiento y saber ser espontáneo, mas su capacidad para generar el arrepentimiento de los penitentes por los males cometidos, fueron proverbiales. Administrador del sacramento de la penitencia durante cuatro décadas, a razón de más de diez horas diarias, llegó a hacerlo entre dieciséis y dieciocho horas, por día, durante trece años, desde 1830 hasta que enfermó en 1843. Se le considera uno de los grandes confesores de todos los tiempos.
De él escribió Juan Pablo II: “Me impresionaba profundamente, en particular su heroico servicio de confesionario. Este humilde sacerdote que confesaba más de diez horas al día comiendo poco y dedicando al descanso apenas unas horas, había logrado, en un difícil período histórico, provocar una especie de revolución espiritual en Francia y de ella. Millares de personas pasaban por Ars y se arrodillaban en su confesionario”.
Encomendamos en la fiesta de San Juan María Vianney, a los sacerdotes, especialmente a nuestro Cardenal Gregorio Rosa Chávez, a nuestro Arzobispo de la Diócesis de San Salvador, monseñor José Luis Escobar Alas, a nuestro pastor por muchos años monseñor Rogelio Esquivel, al párroco Leopoldo Sosa Tolentino y a muchos más que han consagrado su vida al servicio del pueblo de Dios. Felicidades a todo el sacerdocio de nuestro El Salvador y del mundo entero.